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Descripción
Las imágenes capturadas por la cámara de Jorge Sclar surgen a veces como cuadros sinceros, otras veces como caricaturas de ellos mismos, y a veces en situaciones poco típicas. Vistas en perspectiva, la suma de personajes resulta apabullante. Diego Maradona pasó por París cuando apenas llegaba al Nápoles y su sonrisa mantenía cierta frescura. En 1990, Susana Giménez osó posar en la Place Dauphine con un pantalón demasiado rojo. Jorge Luis Borges ofreció en el 83 su lúcida mirada interior en la Academia de Francia, mientras que Astor Piazzola ensayó sus últimos tangos parisinos y Osvaldo Soriano tomó un café en la Place des Vosges antes de volver a la Argentina. Aunque también están los otros, que de alguna manera pertenecen al imaginario argentino: Yves Montand en los últimos años de su vida; Umberto Eco debajo de su sombrero; Benigno, compañero del Che, y otras fotos que quedaron en la historia de Francia.
Detalles del producto
- Peso
- 1.00 kg
- Ancho
- 22.00 cm
- Alto
- 26.00 cm
- Profundidad
- 1.00 cm
- ISBN
- 978-987-9395-24-0
- Idioma
- Español
- Fotografía
- 82
- Páginas
- 140
Alberto Manguel, Le Bourg, 2004. Escritor y erudito de origen argentino, conocido particularmente por su “Histoire de la lectura” y “Con Borges”.
Una biblioteca suculenta, de una cultura alimenticia. Los pies abiertos en abanico hablan de placer. Ni la carne es triste como escribía Mallarmé, ni haber leído todos los libros apaga la sonrisa.
Alfredo Rodríguez Arias, París, 1999.Director de teatro. Vive y trabaja en París. Director del Grupo Tsé. Sus obras fundamentales: “Penas de amor de una gata inglesa”, “Mortadela”, “Madame Sade”. Soñar con perlas y plumas: el decorado de la nostalgia, la nostalgia del decorado. Sigan las líneas de las miradas: el hombre que sueña no mira hacia el busto de la joven, el busto de la joven baja los ojos. El teatro surge de este encuentro imposible. Pero el ornamento colma el vacío, y el soñador se transforma en la joven cuyo disfraz ha inventado.
Edouard Balladur, Paris, 1993. Político francés de derecha, ex Primer Ministro, siempre caricaturizado con peluca de marqués. La boca golosa, los ojos vacíos del bebé que mama. U Tío Sam muy tranquilizador y tan francés! Pero no nos gustaría estar en lugar del cigarro. Es cuestión de prudencia: esos grandes señores con sus reverencias corteses nos vuelven humo.
Marcel Marceau, París, 1983.Mimo francés. Ha creado un lenguaje corporal en el que cada gesto corresponde a un sentimiento que no necesita palabras. Intentar traducirlos implica dejar de lado infinidad de versiones posibles.
Marie Laforêt, París, 1985. Actriz y cantante francesa, conocida por su papel en la película “La muchacha de los ojos de oro”. Basta con un solo ojo para expresarlo todo, a condición de que sea un ojo de oro. El otro puede desaparecer en la sombra; la nariz, la boca y el pelo pueden sumergirse en una penumbra incierta; pero el ojo único está allí, medio escondido y sin embargo cargado de sentido, repleto de una significación que preferimos no elucidar.
Osvaldo Soriano, París, 1983. Escritor argentino. “Triste, solitario y final”, escribiendo de noche, huyendo de la luz del día hasta que la piel se le volvió traslúcida. Y sin embargo que ser de amistad, de fraternidad, de calidez, de humor! Los destinos de la gente se abrían paso a través suyo. Sin duda para alcanzarnos necesitaban a un escritor tan alerta, sentado un poco lejos, capaz de ubicar su silla en el sitio justo, allí donde se escuchan mejor las voces de los otros.
Sara Facio y Alicia D’Amico. París, 1984. Fotógrafas argentinas. De ojos traviesos y desnudos; dos ojos penetrantes escondidos detrás de los anteojos; dos grandes ojos de caños abiertos en el cielo; y, por último, los dos ojos invisibles del fotógrafo que fotografía a las fotógrafas, en total suman ocho. Y ocho miradas miran más que una. Por supuesto que un solo fotógrafo basta para captar el “instante decisivo” del que hablaba Cartier Bresson. Pero de a muchos es muy divertido.
Yves Montand, París, 1995. Cantante y actor francés. Algunas de sus numerosas películas: “El salario del miedo”, “El círculo rojo”, “Z”. Silencio, no digan más nada, el seductor melancólico se va, la canción se acaba. Mientras piensa en su vida, un poco triste, es claro, pero con los ojos todavía encendidos por unos pensamientos que parecen divertirlo, el tiempo también se divierte. ¿Cómo? Dibujando sobre su rostro unas olitas redondeadas que bailan sobre sus párpados, en su entrecejo, y alrededor de su boca. Él no se opone, al contrario, contribuye a esta creación del tiempo con su propio dedo, al que pone sobre sus labios para imprimirles un movimiento igualmente ligero.